Desde hace algunas décadas, muchos cristianos profesantes han comenzado a poner en duda la suficiencia de Cristo y de Su Palabra para la guía y dirección de la vida cristiana y para enfrentar los problemas del alma, y consecuentemente han comenzado a buscar soluciones en la psicología secular.
Como bien señala el Dr. MacArthur: “Los ‘psicólogos cristianos’ han venido a ser los nuevos campeones de la consejería en la Iglesia. Ellos son ahora proclamados como los verdaderos sanadores del corazón humano. Pastores y laicos han sido llevados a sentir que están mal equipados para aconsejar a menos que tengan un entrenamiento formal en técnicas psicológicas” (J. MacArthur; Our Sufficiency in Christ; pg. 31).
Esto ha venido a ser tan generalmente aceptado que muchos ni siquiera se han detenido a cuestionar si es lícito este maridaje entre la psicología y la religión o si se trata de un yugo desigual con los infieles.
Lo cierto es que tenemos muy buenas razones para pensar que este matrimonio ha venido a ser uno de los más grandes desastres que ha sufrido la Iglesia de Cristo de nuestra generación, y una de las causas principales de la decadencia espiritual de estos días.
A medida que la psicología ha ido avanzando en la Iglesia, en esa misma medida ha ido disminuyendo la predicación y la consejería bíblica; y a medida que la Biblia es relegada a un segundo plano, y a veces en la práctica eliminada por completo, en esa misma medida se ha ido debilitando la piedad de la Iglesia.
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