jueves, septiembre 16, 2010

Ser cristiano, ¿de qué me sirve?


El pragmatismo, un dios moderno
Nuestra sociedad se jacta de su laicismo, es decir de haberse liberado de las ataduras de la religión para vivir en verdadera libertad. El hombre moderno se cree libre de cargas religiosas sin darse cuenta de que se ha vuelto esclavo de los ídolos que ha creado. Son sus nuevos dioses a los que adora y ante los que se rinde y sirve con tanta pasión como servilismo. La evolución social le ha dado la razón al pensador inglés Chesterton quien, con su proverbial lucidez, afirmó: «Cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que no crea en nada, cree en cualquier cosa».

El hedonismo, el relativismo y el pragmatismo son algunos de los principales dioses seculares de esta nueva religión laica. En los próximos dos temas del mes vamos a considerar el pragmatismo como una ideología que está moldeando muchas de las conductas y relaciones sociales de hoy y que llega a influir de forma sutil en la vida de la Iglesia. En este primer artículo analizaremos los rasgos distintivos de este nuevo ídolo; en el siguiente, veremos cómo afecta al creyente y cuál debería ser la alternativa cristiana.
En cierta ocasión, estando en Galicia, una periodista se me acercó al final de una conferencia para una breve entrevista. «¿El cristianismo funciona?» me preguntó con sinceridad. Debió observar un gesto de sorpresa en mí porque me repitió la misma pregunta hasta dos veces más con otras palabras: «¿para qué sirve?, ¿qué resultados podéis dar a la sociedad?».

Lo cierto es que nunca antes me habían planteado la validez del cristianismo en estos términos. Mis esquemas de apologética se movían por unas coordenadas diferentes. Han pasado ya varios años, pero la pregunta de aquella joven periodista no se me ha olvidado. Fue mi primer contacto «en directo» con el pragmatismo. La mentalidad pragmática se acerca a la realidad con esta idea: «¿Me sirve o no me sirve?», «¿me funciona o no me funciona?». No se pregunta: «¿es bueno o malo?», «¿verdad o mentira?», «¿moral o inmoral?». De esta forma lo ético queda supeditado a lo útil, los principios a los resultados. El rasero para evaluar una situación, una relación, una persona o incluso una idea es que funcione y que me sea útil. Los resultados prácticos, sobre todo en lo que a mí concierne, son la norma suprema de «fe y conducta» de los seguidores de este nuevo dios.

El pragmatismo deja ver su rostro en muchos programas de televisión, en la calle, en el trabajo, en la prensa, incluso en las modernas redes sociales tipo facebook. Como lluvia fina que va calando hasta empapar por completo, así moldea la filosofía pragmática muchas áreas de la vida diaria. Es nuestra responsabilidad descubrir sus elementos peligrosos, peligrosos no sólo para la fe del creyente, sino incluso para la convivencia social porque no estamos delante de una ideología neutra; tiene unas profundas implicaciones morales y existenciales.
¿Qué es? La naturaleza del pragmatismo

Este dios secular tiene varios rasgos distintivos:
Es un sistema egoísta

En primer lugar, está centrado en mis necesidades. El «yo» es el eje alrededor del cual giran mis decisiones. Es, por tanto, una filosofía profundamente egoísta. «Sólo quiero lo que necesito» sería su resumen.
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