miércoles, agosto 25, 2010

Hermanos, cuestionemos el texto – John Piper


Si la Biblia es coherente, entonces el entender la Biblia significa comprender cómo las cosas calzan entre si. Convertirse en un teólogo bíblico significa ver más, y que más piezas se juntan para formar un glorioso mosaico de la voluntad divina. Hacer exegesis significa cuestionar el texto y cómo sus muchas proposiciones tienen coherencia en la mente del autor.
Si vamos a alimentar a nuestra gente, debemos siempre avanzar en nuestra comprensión de la verdad bíblica. Y para avanzar en nuestra comprensión de la verdad bíblica, debemos preocuparnos por las afirmaciones bíblicas.
Debería molestarnos el que Santiago y Pablo no parecen llevarse bien. Únicamente cuando nos preocupamos y algo nos molesta nos cuestionamos. Y si no cuestionamos cómo las afirmaciones bíblicas encajan entre si, nunca podremos penetrar en su raíz común y descubrir la belleza de la verdad divina unificada. El resultado final es que nuestra lectura de la Biblia se volverá insípida, buscaremos fascinante “literatura secundaria,” nuestros sermones serán un trabajo de “segunda mano” no convincente, y la gente se quedará hambrienta.
“No pensamos hasta que nos confrontamos con un problema,” dice John Dewey. El tenía razón. Y es por esto que nunca nos cuestionamos sobre la verdad bíblica hasta que su complejidad nos conflictúa.
Debemos crear el hábito de sentirnos sistemáticamente conflictuados por cosas que a primera vista no tienen sentido. O por decirlo de otra manera, debemos cuestionar el texto implacablemente. Uno de los mayores honores que recibí mientras daba clases en Bethel fue cuando los ayudantes de cátedra del departamento Bíblico me regalaron una camiseta con las iniciales de Jonathan Edwards al frente y en la espalda la frase: “Preguntar es la clave para comprender.”
Pero existen varias fuerzas que se oponen a nuestro implacable y sistemático cuestionamiento de los textos bíblicos. Una de ellas es la cantidad de tiempo y energía que consume solo una pequeña porción de la Escritura. Nos han enseñado [equivocadamente] que existe una relación directa entre leer mucho y entender. Pero en realidad no hay ninguna relación positiva entre la cantidad de páginas leídas y la calidad del entendimiento logrado. Es justo lo contrario. Excepto por unos pocos genios, el entendimiento disminuye al tratar de leer más y más. El entendimiento o comprensión es el resultado de meditar intensamente, hasta que le duela la cabeza, sobre dos o tres versos y cómo se relacionan entre si. Este tipo de reflexión y contemplación surge cuando se hacen preguntas sobre el texto. Y esto no se puede hacer cuando se lee al apuro. Entonces, debemos resistir la urgencia engañosa de meter información bibliográfica en nuestra cabeza. Tómese dos horas para hacer preguntas sobre Gálatas 2:20 y ganará cien veces el entendimiento que hubiera logrado leyendo 30 páginas del Nuevo Testamento o cualquier otro libro. Vaya despacio. Cuestione. Delibere. Mastique la información.
Otra razón por la que es difícil pasar horas investigando las raíces de la coherencia es que fundamentalmente hoy en día está fuera de moda el sistematizar y buscar armonía y unidad. Esta noble búsqueda ha llegado en tiempos difíciles porque mucha armonía artificial ha sido descubierto por impacientes y nerviosos defensores de la Biblia. Pero si la mente de Dios es realmente coherente y no confusa, entonces la exegesis debe buscar la coherencia de la revelación bíblica y la profunda unidad de la verdad divina. A menos que estemos destinados a mirar por siempre la superficie de las cosas (contentándonos con aliviar “tensiones” y “dificultades”) debemos resistir la tendencia atomista (y básicamente anti-intelectual) de la teología contemporánea establecida. Hay demasiado descrédito de las fallas pasadas y muy poca construcción.
Una tercera fuerza que se opone al intento de hacer preguntas bíblicas es ésta: Hacer preguntas es igual a plantearse problemas, y toda la vida se nos ha desanimado de encontrar problemas en el Libro Santo de Dios.
Es imposible respetar demasiado la Biblia, pero si es posible respetarla equivocadamente. Si no nos preguntamos con seriedad cómo los textos que difieren entre si también encajan entre si, entonces somos o superhumanos (y podemos ver toda la verdad de un solo vistazo) o indiferentes (y no nos importa ver más verdad). Pero no entiendo cómo cualquiera que sea indiferente o superhumano pueda tener un adecuado respeto por la Biblia. Entonces, la reverencia hacia la palabra de Dios demanda que hagamos preguntas y planteemos problemas y que creamos que existen respuestas y soluciones que recompensarán nuestra labor con “tesoros nuevos y viejos” (Mateo 13:52).
Debemos entrenar a nuestra gente para que sepa que no es irreverente ver dificultades en el texto bíblico, y que hay que reflexionar sobre cómo pueden ser resueltos.
No puedo acusar a mi hijo Benjamin de 6 años, de ser irreverente cuando no puede entender un verso de la Biblia y me pregunta sobre él. Apenas está aprendiendo a leer. ¿Pero se ha perfeccionado nuestra habilidad de leer? ¿Puede alguno de nosotros, en una sola lectura, comprender la lógica de un párrafo y ver cómo cada parte se relaciona con las otras y cómo todas encajan entre si y forman una idea unificada? ¡Cuánto más aun el pensamiento de toda una epístola, el Nuevo Testamento, la Biblia! Si nos interesa la verdad, debemos investigar el texto implacablemente y formar el hábito de sentirnos perturbados por lo que leemos.
Es todo lo contrario a la irreverencia. Esto es lo que hacemos si deseamos la mente de Cristo. Nada nos lleva más profundamente dentro de los consejos de Dios que ver aparentes discrepancias teológicas en la Biblia y deliberar día y noche hasta lograr que encajen en un sistema emergente de verdad unificada. Por ejemplo, hace un año luché por días con cómo Pablo pudo decir por un lado, “Por nada estéis afanosos” (Fil. 4:6), y por otro lado decir (con aparente impunidad) que “sobre mí se agolpa cada día la preocupación por todas las iglesias” (2 Cor. 11:28). ¿Cómo pudo decir, “Regocíjense siempre” (1 Tes. 5:16), y “Lloren con aquellos que lloran” (Rom. 12:15)? ¿Cómo podía decir que hay que agradecer “siempre y por todo” (Efe. 5:20) y luego admitir, “Tengo gran tristeza y dolor en mi corazón” (Rom. (9:2)?
Recientemente me he preguntado, ¿qué significa lo que Jesús dijo en Mateo 5:39: si te golpean una mejilla enseña la otra, pero luego dijo en Mateo 10:23, “cuando os persigan en una ciudad, huyan a otra. . .”? ¿Cuándo huir y cuando soportar privaciones y enseñar la otra mejilla? También he estado deliberando en qué sentido es cierto que Dios es “tardo para la ira” (Ex. 34:6) y en qué sentido “su ira se enciende rápidamente” (Ps. 2:11).
Hay cientos de estas aparentes discrepancias en las Sagradas Escrituras, y deshonramos el texto al no verlas y meditar sobre ellas. Dios no es un Dios de confusión. Su lengua no está bifurcada. Existen profundas y maravillosas soluciones para todos los problemas. El nos ha llamado para una eternidad de descubrimientos de manera que cada mañana en los tiempos por venir podamos elevar nuevas canciones de alabanza.
En 2 Timoteo 2:7 Pablo nos da un mandamiento y una promesa. Nos mandó, “Piensen en lo que les digo.” Y prometió, “Dios les dará entendimiento en todo.”
¿Cómo encajan el mandamiento y la promesa? El “porque” (gar) nos da la respuesta. “Piensen . . . porque Dios los recompensará con entendimiento.”
La promesa no fue hecha para todos sino para aquellos que piensan. Y no pensamos hasta que confrontamos un problema. Entonces, hermanos, investiguemos el texto.

1 comentario:

  1. Excelente enseñanza, Marta. Creo que sumergirnos en la Palabra nos permite descubrir en verdad la voz de Dios para nuestras vidas. Nos alimenta, nos permite que sea parte de nosotros y hasta que salga por nuestros poros no tendríamos que parar de meditarla y escufriñarla! así, de este modo que tan bien detallado está en este artículo. Un buen maestro de la Biblia John Piper. Gracias por compartirlo. DTB

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